Todo me lo merezco

Todo me lo merezco

No sé bien si es desgano, desatención, una u otra o quizás las dos a la vez. A cualquier hora y en cualquier lugar me encuentro con ejemplos de comportamiento social con tan poca atención que pareciera un accionar de zombis. Llego a la puerta de un edificio empresarial y al abrir la puerta reparo en que son jovencitas vienen detrás de mí y, entonces, cortésmente les cedo el paso a la vez que verbalizo con amable tono: “Adelante señoritas”. Las dos ingresan una detrás de otra sin mirarme, sin devolverme el gesto amable y yo, iluso de la enseñanza, largo un “¡Gracias!” fuerte y sonoro que logra que ambas volteen, me miren y vuelvan a sus pasos como si yo no existiera. Una vez dentro del edificio, me identifico en la recepción y luego me dirijo al ascensor. Soy el único que espera, el primero digámoslo así ya que en al poco rato ya hay dos personas de mediana edad a mi lado. Llega el ascensor y nuevamente con un gesto de cortesía les cedo el paso a estas dos personas y esta vez tampoco recibo respuesta ¡Estos son de los que piensan que “todo me lo merezco”!, me digo ¡Y yo soy invisible e inaudible! Bueno, al menos ante los personajes de estos encuentros, aunque me temo son muchos más y también me temo que van siendo mayoría ¿Pero por qué esta desatención o desgano en la relación? Consulto entonces el diccionario: “Desgano: inapetencia. Falta de gana, interés o deseo.”; “Desatención: 1. Falta de atención, distracción; 2. Descortesía, falta de urbanidad o respeto.”

 

Descortesía, respeto. Me quedo con esta última definición. Respetar significa mirar de nuevo, mirar con atención, mirar con interés. Algo feo está instalándose entre nosotros, al menos en esta ciudad en la que pareciera que ya no cabemos. Caminamos como huyendo, como escondiéndonos de nosotros mismos y también del otro. Marchamos como zombis sin expresión ni en el cuerpo y menos aún  en el rostro. Es fácil comprobar a cualquier hora los rostros adustos, fastidiados, como si expresaran un estreñimiento afectivo. No parecen alegrarse de estar vivos y tampoco les interesa el otro. Por eso no se reconocen en él, no lo miran, no lo escuchan, no les importa y claro, por eso no agradecen.

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