Comunicar aquello que pensamos, sentimos, creemos, deseamos, es necesidad vital en nosotros. Para ello hay que hablar. Si no hablamos no nos damos a conocer y entonces es como si no existiéramos. Para ser escuchados tenemos que hablar, aunque a veces nos cueste o duela el hacerlo. Muchas veces es el temor al rechazo, al ridículo o a equivocarnos, lo que nos paraliza y entonces no nos atrevemos a hablar “Quería hablar, pero me quedé mudo”, “No me atreví a preguntar”, “No sabía que decir”, “Sabía que tenía que responderle, pero no pude” y así son muchas las justificaciones que usamos para explicar nuestro comportamiento, nuestra mudez.
Conviene recordar que, salvo alguna anomalía, nacemos debidamente equipados para comunicarnos. Tenemos voz y de niños esta voz tiene una intensidad imposible de no atender. Los niños chillan y demandan atención. Más tarde, cuando descubre que pueden hilvanar frases comprensibles y atendibles, empiezan a preguntar y a preguntar, una y otra vez, como si quisieran saberlo todo en ese instante. Nos buscan con la mirada y nos hablan a la cara exigiendo respuestas. Esta mecánica, la llamo así, de mirar primero y hablar después, aprendida en la infancia, se va perdiendo con el crecimiento y también con el crecimiento va decreciendo el volumen de nuestra voz. Allí entonces la causa de buena parte de nuestro silencio cuando adultos. Dejamos de preguntar, de ser curiosos, de querer saberlo todo. Cuando hablamos, dejamos de mirar al padre, al hermano, al amigo y así con el crecimiento, nuestra energía se va reduciendo y este bajón se nota en el pobre volumen de nuestra voz y también en nuestro silencio y en nuestro rostro poco expresivo, como si no tuviéramos nada que decir. Para ser escuchados tenemos que hablar.
¿Qué hacer entonces? Bueno, en primer lugar, darnos cuenta de cómo nos estamos comunicando y si comprobamos que mientras lo hacemos no miramos al otro y también reparamos en que hablamos como en secreto, es decir sin ganas, pues entonces empecemos a poner en práctica la recuperación de nuestro niño: miremos primero y hablemos después, atrevámonos a preguntar y hablemos a un volumen que nos asegure el ser escuchados.