La educación, nos recuerda, el siempre presente maestro, Constantino Carvallo, debe tener como función principal el “formar ciudadanos que sean capaces de alegrarse por las alegrías de los demás y de condolerse ante el dolor ajeno”. Reconozco a ese ciudadano cuando me topo con gente buena. Es cierto que no abundan los buenos, pero no es menos cierto que los hay. En medio de este vórtice en el que ya no alcanza espacio en los medios de comunicación para señalarnos a los malos, contándonos sus fechorías, sus traiciones, su afán por medrar a costa de los otros, en fin, cuando pareciera inevitable el derrumbe de todo lo conocido, entonces aparece alguien bueno para devolvernos lo perdido: la confianza en el otro, la esperanza en la justicia, la alegría que nos hace más humanos.
No es que exista una fórmula para identificar a la persona buena. Pudiese ser parte de nuestro entorno familiar, amical, laboral o social. Otras veces, si bien no necesariamente podemos conocerla, saber de ella, si podemos distinguirla entre muchos y entonces nos decimos: esa es una persona buena. Es que hay un algo que irradian, como un aura, algo que las hace diferentes. La persona buena está ahí simplemente, a nuestro lado, como si supiera cuando es que la necesitamos.
Cuando la conocemos, sabemos que podemos contar con ella. Está ahí sonriéndonos, alegrándose por cualquier cosa por pequeña que sea, que sabe que nos hace felices y entonces él hace suya esa alegría. También en los momentos en que sentimos que no hay nadie en quien apoyarnos, aparece esa persona buena para hacernos saber que no estamos solos, que nuestras penas son también suyas. Cuando no la conocemos, nos emociona saber que existe porque alguien nos habla de ella, nos dice su nombre y entonces pareciera que ya la conocemos y empezamos a quererla.
La educación tiene mucho trabajo por hacer en la formación de ciudadanos (personas buenas). No bastan los programas de estudio ni las actividades y tampoco las horas lectivas. Se requiere de docentes generosos, comprometidos, dedicados, amantes de su profesión. En suma, la educación necesita de docentes a quienes los alumnos respeten y quieran emular para ser también ellos personas buenas.