“Este es mi hospital, por eso es que me preocupo”, me dice la doctora. La acabo de felicitar por la excelente infraestructura y servicio, con excepción, le digo, del manejo de las visitas (un verdadero desorden generador de quejas a voz alzada de quienes vienen a acompañar a su familiar internado). Me cuenta que sobre ese asunto ha reclamado ante el consejo administrativo y allí le han respondido: “Ese no es tu chifa” y ella indignada -(lo creo ya que al contármelo reproduce el gesto)-, indignada en el gesto y en la voz les ha dicho: “¡Este es mi hospital y por eso es que me preocupo!”.
Estarán de acuerdo conmigo en que es poco común encontrar en la atención en los servicios públicos (y también en los privados), personas como la que describo. Lo cotidiano, lo normal, es toparse con muy poca o nula disposición de parte de quienes atienden. A éstos provoca decirles que si no les gusta su trabajo, pues por qué no se van a su casa. Y aquí me parece que empieza el problema: es que no se sienten en su trabajo como en su casa. Quizás esto se deba al poco esfuerzo por conocerse entre ellos y a conocer lo que hacen y también por qué lo hacen y para quién lo hacen.
La casa, el hogar, es (o debiera ser), el núcleo básico de la sociedad. La casa es la escuela anterior a la primaria en donde aprendemos cuestiones esenciales como la disciplina, el afecto, el respeto, el esfuerzo, la atención. La casa somos todos los que allí vivimos. Cualquiera que venga a visitarnos debe sentir que es recibido por todos. Si mi casa está limpia es porque todos nos preocupamos de que así sea y que así se vea. Entonces nos molestará que alguien la ensucie. Igualmente debe preocuparnos la casa del vecino ya que juntos y con otros más hacemos nuestra cuadra, nuestro barrio y desde allí caminamos día a día hacia nuestros trabajos u ocupaciones. La calidad de nuestro comportamiento como vecinos, ciudadanos, estudiantes, trabajadores, estará en relación directa al que observamos en nuestra casa ya que la casa es un todo y no “mi cuarto” o “mi cocina”. La casa somos todos.
Recuerdo en un supermercado haber oído a un empleado contestarle a un compañero que le llamaba la atención por no levantar un producto desde el suelo: “¿Acaso tu eres el dueño?” y ese mismo día mientras pagaba en caja me pregunta la señorita que opinión tenía de la atención y le cuento que un vigilante me había parecido un poco malcriado me dice: “¡Uno moreno de rulitos seguro!”. Una de las tareas que más esfuerzo demanda (y no sé si se le presta la suficiente atención), es que los trabajadores sientan la empresa como suya. Creérsela, estar tatuados, ponerse la camiseta, sentirse y que hagan sentir a la visita como en su casa.