Que veinte años no es nada, dice la letra del tango y sin embargo los veinte últimos años nos tienen instalados como en una dimensión desconocida, como en un todo que nos cuesta comprender. El internet, la nanotecnología, la ingeniería genética, la robótica, la cibernética, la inteligencia artificial, la biotecnología y un interminable listado de nuevas ciencias y tecnologías, nos alejan del chaman y también de todo lo que conocíamos y que dábamos por sentado. Veinte años nos han instalado en un enorme contenedor dentro del cual no sabemos cómo comportarnos. Estamos conectados sin descanso y nuestra curiosidad nos impulsa a saberlo todo y de inmediato. Muchas de las respuestas que buscamos las damos por ciertas sin cuestionar su origen. No importa, hay que saberlo todo y exagerar. Hacer clic en cualquier comentario en las redes sin medir las consecuencias de esos “me gusta”.
Dentro de ese enorme mundo-contenedor una cosa es cierta: estamos más cerca que nunca antes. A solo un clic y ya nos vemos, nos oímos. Por ahora pareciera que el uso del internet seguirá su crecimiento exponencial y también su comportamiento orgiástico. Importa entonces, y mucho, reflexionar acerca de lo que nos está pasando y también de lo que nos pasará si es que dejamos que este tsunami nos arrastre. Puede que los filósofos nos ayuden a encontrar respuestas que podamos convertir en nuevos comportamientos para llevarnos bien con la ola del progreso. Puede que sí ¿y mientras tanto? ¿Dejamos que las tecnologías nos encimen, nos hipnotice como modernas víboras y nos traguen así sin más? Nacimos con la obligación de ser felices, pero también para ayudar a los otros a procurarse la felicidad. Todavía las máquinas son máquinas. Nosotros seguimos intentando ser seres humanos.
Pareciera que he descrito un Armagedón, la batalla final entre las fuerzas del bien y las del mal. De ninguna manera. Reconozco que estamos viviendo una época maravillosa y de incalculables beneficios que traerán, sin duda alguna, prosperidad para todos. Solo espero porque tengamos más tiempo para ser más humanos que nunca antes. Más humanos en reconocer al otro como un igual. Más humanos para alegrarnos y condolernos juntos.