A diario se comprueba fácilmente la disminución del afecto, del trato afectivo entre nosotros. Quizá también se compruebe idéntico diagnóstico a nivel global (como gustan en llamar los economistas a este enredo de monedas y de furor de consumo en el que nos hermanamos las razas, las banderas, los territorios todos). Pero interesa ahora revisar las relaciones entre los que habitamos esta, nuestra tierra, hoy tan fuertemente castigada por la naturaleza que no conoce de sentimientos. Cada nueva tragedia nos encuentra con renovada indiferencia ante las pérdidas, ante el dolor de los demás. Parece como si nos hubiésemos ido poco a poco acostumbrado a vivir al margen de la tragedia de los otros. Si bien digo que es de fácil comprobación nuestro comportamiento, no tengo sin embargo los números que evidencien mi aseveración. Comunicación intuitiva nada más. Y sin embargo…
“Es más fácil imaginar la muerte de una persona que la de cien o mil. Multiplicado el sufrimiento se vuelve abstracto. No es fácil conmoverse por cosas abstractas” (La Guerra del fin del mundo, M Vargas Llosa), En eso estamos, en la exclusión del otro en el discurso. Sin nombre, entonces el otro se hace invisible, No lo sentimos, no lo padecemos, no nos alegran sus alegrías y tampoco nos duele su dolor. La modernidad bajo el paraguas de la tecnología nos facilita lo inmediato y sin embargo nos aleja del abrazo. Los medios de comunicación nos bombardean con reportajes de falso dramatismo, carentes de objetividad, sin invitar al análisis, a la reflexión. Pudieran, y no lo hacen, recurrir a sus archivos y mostrarnos como los desastres de ahora son los mismos de 1983, en los mismos lugares y con similar impacto. No preguntan qué se hizo para mitigar los daños y si se hizo, pues entonces por qué lo que se hizo se hizo tan mal que no sirvió para nada ¿Dónde y que están haciendo ahora los responsables de entonces? Preguntas que no escucharemos porque nos estamos dejando de querer, de preocuparnos, de interesarnos por el otro. Podríamos dejar de ser indiferentes y queremos e interesarnos más. Entonces el dolor será de todos y será más fácil que pasemos de la lejanía de la contemplación al abrazo de la acción.