Me parece que muchos como yo estamos regresando al medio impreso para informarnos (en mi caso, no los dejé nunca, recibo a diario cuatro de ellos). Siento que el contacto con el papel, la opinión contrastada, la evidencia que muestra el periodismo de investigación, las infografías, la crónica de los hechos, me parecen más verdaderas que sus equivalentes en la televisión. En mí día a día cada vez escucho menos el “lo han dicho en la tele”, frase con la que se da algo por hecho, por real y que hay que aceptar sin dudas ni murmuraciones. Quizás este giro, está vuelta al papel, se deba a lo poco serio del trabajo o a la necesidad del medio televisivo de hacer espectáculo con la noticia, alejándola así de la reflexión. Pocas son las veces en que nos dejan espacio y tiempo para la escucha y menos aún un tiempo para el procesamiento de la información. En un panel, entrevistados y entrevistadores hablan todos a la vez, como en una algazara, salvo que allí no se da combate alguno. El medio escrito en cambio permite, además de la lectura en voz alta para el compartir, hace posible la pausa y el entendimiento, la reflexión y la comprensión de la noticia, el disfrute de una buena crónica, el contrastar opiniones sobre un tema, etcétera.
Tampoco es todo color de rosas en la prensa escrita. Son muchos los medios impresos que apuestan a competir con la tele con sus titulares en un afán de ganar lectoría. Reducen los hechos a una frase como para que los lectores comenten “lo dice el diario”. Esta estrategia la siguió con enorme éxito Montesinos con sus quioscos chicha. Mi percepción es que las gentes hemos empezado a sospechar de esas formas de desinformación y que necesitamos a gritos conocer, creer y entender la información. La lectura del medio impreso es posible que nos demande ocupar más de nuestro tiempo, pero sin duda estaremos nosotros solos frente al texto, sin gritos, sin luces, sin escenografías, solo nosotros y los hechos para enterarnos, para conocer y saber, para comparar, en suma, para pensar.