La gente quiere saber

Somos lo que comunicamos, comunicamos lo que somos y muchos de nosotros queremos saber mucho más de lo que comunican los otros. Hay pocas formas de evitar conocer lo que sucede en nuestro entorno y también más allá de él. Una de ellas es aislarse en una montaña, un bunker, meterse en un hoyo y otras tantas.

 

Lo común es que nos veamos inmersos en un baño de comunicación de lo que nos sucede día a día. Algunos de esos sucesos, los más lamentablemente, son desagradables y sin embargo son los que encabezan la oferta informativa de los noticiarios y si es que se propalan es porque tienen su público y ese público, tristemente, somos los más. Directos o indirectos usuarios de la mecánica del chisme, nos encanta anticiparnos a los hechos. Nos instalamos en el terreno de los condicionales, los “haría”, “debería”, “tendría”, para dialogar con los acontecimientos y pretender así adecuarlos a nuestro entendimiento, valores, percepciones, etcétera. Y así, desde el ya legendario “lo que le gusta a la gente” la vida se nos presenta como una puesta en escena en la que no nos queremos reconocer como actores y si como espectadores, capaces además de adaptar el guion a nuestro mejor parecer.

 

Queda claro que la gente quiere saber y también que quiere saberlo ya, y saberlo todo. Lo que no parece tan claro es que los líderes de opinión no lo tengan tan claro. Los últimos días han estado pródigos en ejemplos de comunicación a destiempo e incompleta, dejándonos así en libertad de llenar los vacíos con nuestras mejores muestras de creatividad. Un ministro enamorado que anuncia a su jefe su romance (perturbador de sus funciones ya que la amada es flamante recién incorporada a la planilla de su sector). Lo anuncia en vez de renunciar, es decir le pasa la pelota al jefe y este se queda con el bulto unos días antes de pedirle que se vaya, permitiendo así que los medios capitalicen el regalo de la pausa silenciosa y lo conviertan en escándalo. Y la gente quiere saber más de la historia ¿cómo empezó?, ¿quién es ella?, cuando ni siquiera sabemos quién es él.

 

No importa pues la historia ya corre y cada uno aporta lo que puede para agrandarla. Otras dos historias, edilicias esta vez, han permitido conocer a dos autoridades ejerciendo todo su poder para defenestrar a sus subalternos porque no les avisaron o les ocultaron información o porque los traicionaron. “Yo pregunté antes de viajar si todo estaba en orden y me dijeron que si”, este dato viniendo de una autoridad que informa a destiempo es de una ingenuidad que provoca risa.

Mientras todos queramos saber cada vez más y saber de todo, convendría que las autoridades pongan su capacidad de comunicar en remojo. Algún principio  tan básico como “Lo único que se logra con silenciar un escándalo es darle mayores proporciones” debiera ser para ellos de práctica común.

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